Quizá la comparación os pueda parecer un poco exagerada. Pero si os habéis leído ‘Un perfecto desconocido’ (o estáis en ello), coincidiréis con nosotras en que Reyes de Miguel es lo mejor que le ha pasado a la novela romántica histórica ‘made in Spain’ de las últimas décadas.
Antes de conocerla, sabíamos que Reyes de Miguel -que firma con pseudónimo utilizando uno de sus apellidos, Reyes- era una escritora novel, licenciada en Historia y editora de profesión. Antes de leer su primer libro, Un perfecto desconocido (UPD), nos habían chivado que era un bombazo y que la trilogía de Los Westfield en la que se enmarca iba a dar mucho que hablar.
No pudimos resistirnos a leer UPD, a enviarlo en junio con la colección Romántica de Greta y, por supuesto, a contactar con De Miguel para poner cara y voz a esta escritora tan prometedora. Si la trama y los personajes de UPD nos daban pistas de que Reyes era una persona divertida, culta, inquieta y romántica, en las distancias cortas se nos despejaron todas las dudas.
De Miguel (Granada, 1991) apenas gasta 30 años pero ya ha vivido en muchas ciudades a lo largo de su vida (“Granada, Córdoba, Ceuta, Madrid, París… ¡muchas!”). Y ese bagaje viajero y una pasión desmedida por la lectura la han llevado a trabajar en toda la cadena del sector editorial: librera, correctora, editora… y ahora escritora.
PREGUNTA. ¿Cuándo y por qué decides escribir una novela?
RESPUESTA. Decidirlo, lo decidí con el entusiasmo de la adolescencia, como tantos otros lectores empedernidos, supongo. A fuerza de leer tanto, llega un momento en que te apetece crear lo que no has encontrado.
P-. ¿Por qué romántica histórica?
R-. Porque de todos los géneros que leo y disfruto es en el que más difícil me resulta encontrar LA novela: esa novela que te resulta perfecta, por así decirlo. Una buena novela romántica te absorbe de la primera a la última frase, pero es un género en el que he leído mucho y en el que muchos de los lugares comunes a los que recurrimos una y otra vez no terminan de convencerme. Así que pensé que tal vez podía intentarlo yo.
Histórica porque ese pasado —inexistente, por otra parte— me ofrece los conflictos que quiero que vivan estos personajes, los que me permiten contar las cosas que quiero contar y problematizar las cuestiones que me interesa reivindicar en el presente.
P-. ¿Quién se esconde detrás de Reyes de Miguel?
R-. No voy a tratar de ser original: lo que más me define en la vida son los libros. Entiendo la vida en términos de estructura narrativa y hago todo lo que puedo por ser «una protagonista». Aunque sea de mi vida. Quise vivir de los libros, así que he currado en absolutamente todas las etapas de la cadena libresca y he conseguido que me paguen por ello. Brutal.
Por todo eso, la manera en que se me ocurre describirme es algo como lo que sigue: Soy de Gryffindor, aunque el sombrero quería ponerme en Ravenclaw, pero todo el mundo sabe que son nuestras elecciones lo que cuenta. De esta respuesta se deduce que soy un poco pedante, pero en general simpática (o eso dicen). En Disney, mi favorita siempre fue Esmeralda, y en Tolkien soy un hobbit hasta la médula, cero dudas. En Memorias de Idhún era del equipo de Christian, en Crónicas Vampíricas del de Damon y en ACOTAR, del de Rhysand (pero esto último no tiene mérito). De los ocho hermanos Bridgerton, al que más me parezco es a Gregory (sí, soy estúpidamente optimista). En un grupo de amigos soy Chandler Bing, esa es la idea. No me cuesta tomar decisiones (tardé dos minutos en elegir mi vestido de novia) y no suelo mirar atrás una vez que las he tomado. Me casé con un chico que es una fotocopia de Marty McFly (cuyo sex appeal, por cierto, creo que está muy infravalorado) y nuestra hija lleva primero mi apellido.
P-. Tu curriculum es extenso: historiadora, correctora, lectora, librera, editora, escritora… ¿con cuál te quedas para el DNI?
R-. La carrera de Historia es tan bonita y tan necesaria que creo que todo el mundo debería estudiarla. Sin embargo, no creo que me haya ganado el título de historiadora. Eso significa muchas cosas que yo no he hecho. Digamos que soy «licenciada en Historia». De todos los trabajos del libro que he desempeñado, el más bonito es el de librera. Con diferencia. También es el más sacrificado, el más exigente y el peor pagado. Aunque ya no trabajo en una librería, soy librera de corazón.
El de correctora no es mi trabajo ideal. Me gusta, pero no me apasiona. Ser editora es gratificante, es un puesto con cierta aura de idealización y una meta que me alegra haber alcanzado. Ser escritora es una aventura. Es el origen de todo. Es lo que quería ser. Pero aún tengo que trabajar mucho para ganarme la etiqueta. Ante todo, soy lectora. Si me tuviera que quedar con una para el DNI, sería con esa.
«Ser editora es gratificante. Ser escritora es una aventura. Pero ante todo, soy lectora»
P-. Y volviendo a Un perfecto desconocido, ¿cuánto tiempo te llevó escribir la novela?
R-. Los Westfield han estado en un cajón de mi cabeza años, pero cuando me decidí, parte del reto era demostrarme que podía, que iba a conseguir terminar esa novela, aunque luego no hiciera nada con ella. Así que disciplina y constancia, y la escribí en un par de meses. El proceso de editarla, revisarla y reescribir algunas partes, que también es muy relevante, fueron seis meses más, pero esa es una fase mucho más tranquila y en la que yo me sentía muy cómoda, porque la edición es mi zona de confort. Debo ser la única escritora que disfruta más de corregir que de escribir.
P-. ¿Cuál fue el mayor reto a la hora de escribirla?
R-. Dejar de reescribirla. Todavía la leo y sigo cambiando frases en mi cabeza, pero llega un punto en el que dejas de mejorar la novela y empiezas a empeorarla. Antes de que llegue ese momento, tienes que parar.
LA EDITORIAL IDEAL
Tratándose de una profesional con numerosos contactos en el mundo editorial, muchos podríais pensar que De Miguel lo tuvo fácil para publicar su novela porque le bastó con recurrir a sus contactos. Nada más lejos de la realidad. «Estudié mucho el mercado editorial en España antes de enviar el manuscrito, porque quería estar segura de enviarla a editoriales en cuyo catálogo no solo hubiera hueco para un libro así, sino en el que yo me sintiera cómoda de figurar. Quería apuntar únicamente a editoriales que trabajasen el género con respeto, que se tomasen en serio a sus lectores y que me generase la confianza de saber que se haría un buen trabajo con la novela», apunta Reyes.
«Después de revisar todo eso, decidí que Versátil era la opción ideal, pero una vez que lo supe, envié el manuscrito a puerta fría. La sorpresa fue que lo leyeron, les gustó y me llamaron… Esa llamada de Eva [Olaya], ahora mi editora, en la que me dijo que querían apostar por el libro, es el mayor halago que me han hecho nunca».
P-. ¿Te ha sorprendido la buena acogida de la novela?
R-. Entonces la acogida es buena, ¿no? Jajaja. La verdad, leo cada reseña positiva con una sonrisa tonta en la cara y sigo sin saber muy bien qué responder cuando alguien me cuenta que la ha disfrutado. Yo quería que la novela fuera buena, pero una nunca está segura y había días en los que estaba convencida de que era un absoluto fracaso y en algún momento alguien se daría cuenta. Mentiría si dijera que ya no tengo días de esos.
P-. ¿Cuánto hay de Reyes de Miguel en el personaje de Alice? ¿Y Liam, es la sublimación de tu ideal de hombre o está inspirado en una persona real?
R-. De Reyes en Alice… todo y nada, como en cada uno de los personajes, supongo. No soy ella, desde luego, cualquier parecido con la realidad es pura casualidad. Salvo el amor por la lectura. Pero sus preocupaciones han sido mías en algún momento, eso seguro. Y más que un hombre ideal, lo que quería crear con Liam era un hombre fácil, sencillo —que no simple—, que creo que es algo a lo que se le debería dar más importancia.
P-. ¿Para cuándo la siguiente entrega de los Westfield?
R-. ¡Para pronto! Estoy trabajando en la segunda novela, en la que John Westfield, recién estrenado conde, será el protagonista masculino. De ella no diré nada, por si acaso… Jejeje. Espero terminar la fase de escritura este verano y… ¡Veremos qué pasa!
P-. Y si la novela se convirtiera en película o serie, ¿quién te gustaría que encarnase a Alice y a Liam?
R-. No soy muy de hacer aesthetics de las novelas. Cuando leo, no me gusta saber en quién pensaba la autora cuando describió a tal o cual personaje, porque nunca es como yo lo había imaginado. ¡Me rompe la magia! Así que, si eres como yo, sáltate el siguiente párrafo. A pesar de no gustarme, descubrí una cosa en el proceso de escritura: como autora, ayuda mucho tener un rostro y un cuerpo de referencia a la hora de hacer descripciones. A mí me ayudaba, al menos. Así que sí, cuando describí a Liam, tomé como referencia algunas fotos de William Moseley (¡Perdón, perdón! Te recuerdo que soy del 91 y hay crushes de adolescencia que no se superan, jajaja). Cuando describí a Alice miré unas cuantas veces algunas fotos de Adelaide Kane.
P-. ¿Te gustaría probar con otros géneros o subgéneros literarios?
R-. Me gustaría y me gusta. Leo de todo. Escribo de todo. No solo no lo descarto, sino que me gustaría mucho publicar novelas que se encuadren en otros géneros. Soy una apasionada de la fantasía y sé que terminaré en algún momento algún proyecto dentro del género, me encantaría terminar un proyecto de novela histórica que tengo en la recámara, me he lanzado alguna vez a la novela literaria… Soñar es gratis.
P-. ¿Cuáles son tus autoras de referencia?
R-. Entre las clásicas, adoro a Jane Austen (para sorpresa de nadie), a Mary Shelley, Virginia Woolf, Charlotte Brontë… lo que significa que tengo a muchísimas otras como George Sand, Emilia Pardo Bazán o Anne Brontë pendientes. La educación que recibimos influye y en mi caso se traduce en que llegué tarde a las autoras y he leído mucho más a LOS autores.
En romántica, admito que he leído más a las anglosajonas: en histórica, a Sarah MacLean, Lysa Kleypas, Julia London y… sí, a Julia Quinn. En contemporánea, a Emily Henry, a Taylor Jenkins Reid… Las autoras nacionales las estoy descubriendo ahora, poco a poco: Anna Casanovas, por ejemplo, ha sido una joyita de descubrimiento, aunque soy yo la que llega tarde, ¡porque ella tiene carrera desde hace rato! Pero hay otras autoras fuera del género que me encantan y me inspiran: Ursula K. Le Guin, Sally Rooney, Bridget Collins, Margaret Atwood, Maggie O’Farrell, Patricia Highsmith, Octavia Butler, Robin Hoob, Madeline Miller… E hispanas, claro: Almudena Grandes, Marta Sanz, Diana de Paz, María Oruña, María Zaragoza… Ya paro. Ya.
P-. ¿Crees que el pudor por reconocer abiertamente que leemos novela rosa está superado?
R-. Para nada. Creo que el boom de series como Bridgerton está ayudando y creo que estamos avanzando, pero el esnobismo literario existe y no somos inmunes a él. Me gustaría que me afectase menos, sí, pero no soy inmune. Soy una lectora con bagaje, sé lo que leo, sé por qué lo leo y sé cuándo me apetece leer una cosa u otra. Y, desde luego, sé reconocer lo que diferencia la escritura de Marguerite Yourcenar de la de Alice Kellen, igual que puedo diferenciar a Ian McEwan de Juan Gómez Jurado. No nos tienen que gustar todos, pero no veo ningún problema en ser capaz de disfrutar de todo ese abanico de opciones, si es tu caso.
Con el cine o las series, por ejemplo, creo que está mucho más normalizado: a nadie le extraña que a una misma persona le guste ver un día una peli francesa de autor y que el fin de semana pueda pulirse las de Iron Man con un bol de palomitas. ¡Hasta puede que disfrute más de lo segundo, qué locura!
«El esnobismo literario existe y no somos inmunes a él»
P-. ¿Los códigos del género se han subvertido? ¿Las protagonistas fuertes, con las ideas claras y cuyo fin último no es el matrimonio han llegado para quedarse?
R-. Creo que las protagonistas fuertes con ideas claras llegaron hace mucho y ya no hay duda de que son parte del género, un cliché más, como tantos otros. A fin de cuentas, esta es una literatura escrita y leída fundamentalmente por mujeres: una protagonista pusilánime o sin personalidad tiene poco futuro, porque difícilmente una lectora se identificará con ella. Más bien al contrario, creo que uno de los clichés a superar es el de «ella era diferente a las demás». Bueno, tal vez no, ¿sabes? Tal vez es exactamente como todas las demás, y eso algo bueno. Ese es un tema que da para largo.
Y, desde luego, EL TEMA son ellos. El campo abonado en el que trabajar son los protagonistas masculinos: ahí es donde creo que hay trabajo por hacer. En el tipo de masculinidad que creamos y transmitimos como ideal, en la masculinidad que nos resulta atractiva y nos conmueve. Creo que por fin estamos dejando atrás el tópico del chico atormentado, del tipo duro, del que te trata mal porque lo han tratado mal, del que es malo pero solo necesitaba que lo comprendieras…
P-. ¿Qué lecturas tienes pendientes para el verano?
R-. Es toda una osadía, porque vete a saber si estoy recomendando alguna locura, pero tengo previsto leer pronto a Sophie Irwin, Marion Márquez, Tessa Dare, Victoria Vílchez y Ali Hazelwood.
P-. ¿Dónde te ves dentro de cinco años?
R-. ¿En el top de más vendidos de ficción? Jajajaja. Lo siento, lo siento. ¡Perdón! Ya se me pasa. Me veo escribiendo, editando, leyendo, criando a mi hija y disfrutando de mi familia y de lo que hemos construido. Saliendo con mis amigas a hablar de las últimas novelas que hemos leído y a criticar el mercado editorial. Viajando de vez en cuando y saliendo a pasear a mi perro. Haciendo listas de libros que quiero comprar y que no me da tiempo a leer. En resumen: me veo tal cual estoy ahora, así que ni tan mal, ¿no? Eso significa que me gusta estar donde estoy.
Y mientras esperamos la llegada de Te conozco desde siempre y Si no te conociera, los dos volúmenes que completan la trilogía de Los Westfield, os dejamos con toda una declaración de intenciones escrita por la propia Reyes de Miguel:
«Novela.
Es decir, ficción.
Ficción que orbita en torno a un tema: el amor.
Ficción sobre el amor que, en este caso, se ubicará en un espacio temporal reconocible para las lectoras como parte de su pasado histórico.
La reducción en el campo de operaciones es lo bastante llamativa como para que una tenga que preguntarse: ¿por qué complicarse tanto la vida?
He aquí la clave, ¿no? ¿Qué tiene la ambientación histórica que nos lleva a recurrir a ella una y otra vez? ¿Idealización romántica de un pasado inexistente?
Sí, en parte sí, desde luego.
Estas preguntas me asaltaron a la hora de escribir Un perfecto desconocido, porque, aunque la respuesta resulte ser un simple: «porque sí, porque me gusta», la siguiente pregunta necesaria es: ¿Y por qué me gusta?
Haré una declaración: soy una mujer feminista que fantasea con el vizconde Bridgerton. Y, aun así, hay una cuestión que me interpela cada vez que me sumerjo en uno de estos mundos de ficción, ya sea en el Londres de 1800 o en el Nueva York de 1900. Una ante la que me cuesta hacer la vista gorda: parece que, como lectoras, estamos dispuestas a aceptar como válido casi cualquier anacronismo…, excepto la superación del machismo.
Estamos más dispuestas a aceptar a una sirvienta feliz ante la idea de trabajar dieciocho horas diarias (¡!) que a un hombre con una masculinidad poco normativa.
Una tendría la tentación de sospechar que, en ocasiones, la ambientación histórica de la novela no es sino la armadura en torno a la cual proteger estereotipos inaceptables en cualquier otro contexto, con la excusa fácil de que «en la época, era así». Pero ¿en qué época? Tal vez, usando esta excusa, normalizamos —y hasta romantizamos— ciertos comportamientos que, sea como sea, nos hacen llevarnos las manos a la cabeza.
No nos engañemos: hace tiempo que superamos la historicidad. De lo contrario, tendríamos que creer que en la Inglaterra del siglo XIX había más condes, duques y marqueses que gentes del común, que el amor y el matrimonio eran conceptos relacionados (¡sin ser ellos nada de eso!) o que los sirvientes eran leales y tenían sueldos dignos.
En realidad, el pacto ficcional en estas novelas roza el terreno de la fantasía. Y nos parece bien. Dentro de ese pacto, trabajamos sobre una serie de premisas bien conocidas, pero jugamos con los conceptos de lo históricamente apropiado: mi declaración es que el machismo no puede —no debe— ser la excepción.
Entonces, ¿eliminamos toda toxicidad de las novelas? ¡No, por Dios! Una novela se basa en el conflicto, en la alteración del statu quo, en la transformación: mala novela haríamos si transformásemos nuestras dudas en armas de censura y nos negásemos a escribir cualquier cosa que nos resultase incómoda.
Solo recordemos que en una novela operan muchas voces, y que más allá de las capacidades que otorguemos a nuestros personajes, más allá de la historia que contamos, hay una voz que sobrevuela todas las demás: la de nuestro discurso narrativo. ¿Qué me quieres decir con lo que acabas de contarme? Los recursos del género están al servicio de lo que quiero contar, nunca a la inversa.
Detectar esto me hizo abordar la escritura de Un perfecto desconocido como una declaración de intenciones. Creo que es posible escribir una novela romántica de ambientación histórica que no subvierta mis convicciones, las de cualquier mujer feminista. Está en poder de quienes la lean decidir si lo he conseguido, faltaría más.
Si estás leyendo esto y, desde luego, si te animas a sumergirte en la novela, no me queda más que darte las gracias por concederle una oportunidad. Espero que lo que encuentres en ella haga que disfrutes del viaje».