María Antonieta y Axel von Ferson, una pasión truncada por la Revolución

Reina María Antonieta
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Arrogante, caprichosa, promiscua, derrochadora y extravagante. A la reina María Antonieta se le han colgado muchas etiquetas y ninguna de ellas buena… ni cierta. Hoy os mostramos la Antoinette compasiva, amable y sencilla que ocupó el trono de Francia y se enamoró perdidamente del conde sueco Axel von Ferson.

Maria Antonia Josepha Joanna, a la que su familia llamaba Antoinette y que pasaría a la Historia como María Antonieta, nació en 1755 en el palacio Hofburg. El mismo día, paradojas de la vida, que el terremoto de Lisboa dejaba 30.000 muertos. Decimoquinta y penúltima hija de la emperatriz María Teresa de Austria y Francisco I, creció en una corte vienesa espléndida en los fastos públicos (contaban con 1.500 lacayos en uno solo de sus palacios) pero contenida y austera en la vida privada.

La emperatriz María Teresa, toda una déspota ilustrada, intentaba que su descendencia creciera rodeada de plebeyos, llevara una vida sin grandes adornos y siguieran los preceptos del catolicismo. La mujer que reinó sobre Austria, Hungría, Bohemia y Croacia compaginaba sus obligaciones de Estado con la educación de sus vástagos. Era una madre devota pero dominante, especialmente con ellas, a quien aleccionó para ser sumisas y dóciles (“mis hijas han nacido para obedecer”, afirmaba).

Tremendamente calculadora (“Mi feliz matrimonio ha durado 258.774 horas”, dicen que exclamó cuando el emperador Francisco falleció de un ataque al corazón), no dudó en usar como peones políticos a los 13 hijos que sobrevivieron más allá de la infancia. Desesperada por asegurar las fronteras de su imperio, la emperatriz María Teresa se aseguró de casarles con todas aquellas casas reales que pudieran establecer vínculos y lazos con Austria: sin ir más lejos, a María Antonieta la comprometió con el delfín de Francia, nieto de Luis XV, cuando ésta apenas contaba 13 años de edad.

LEYENDA DE MUJER FRÍVOLA

María Antonieta quería a su madre pero la temía. Su infancia estuvo marcada por la rivalidad con su hermana María Cristina (13 años mayor que ella y preferida de la emperatriz) y el afecto por su hermana Carolina, a la postre futura reina de Nápoles y Sicilia. La extensa familia real austriaca pasaba los inviernos en el magnífico palacio de Hofburg; los veranos en el de Schönbrunn, donde cada hermano disponía de cinco habitaciones en alas opuestas del palacio (a un lado los chicos, a otro las chicas); y en el más pequeño y rococó de Laxenburg (en la imagen), que María Antonieta tomaría como referencia años después para ordenar la construcción del Petit Trianon de Versalles.

Castillo de Laxenburg, Viena

A la pequeña Antoinette, la etiqueta de ignorante y frívola le persiguió toda su vida. Si bien es cierto que con 13 años no tenía cultura y  apenas sabía leer ni escribir (no se sabe si por desidia propia o por negligencia de sus tutores),  había aprendido a cantar y a tocar algún instrumento: tuvo como profesor de canto al maestro Gluck y junto al resto de la familia escuchaba en directo recitales de Haydn y Mozart (al que dice la anécdota que secó las lágrimas cuando  este dio un tropiezo y se cayó delante de toda la corte).

Pero en el momento en el que se anunció su compromiso con el delfín Luis Augusto de Francia, la maquinaria palaciega se puso en marcha para compensar todas las carencias de la joven delfina. María Antonieta comenzó a ser instruida por el abad de Vermond para aprender a hablar francés (que llegó a dominar aunque manteniendo un ligero acento) e involuntariamente se comenzó a forjar su leyenda de persona vanidosa: la emperatriz María Teresa llamó a Joseph Ducreux para que pintara el retrato de la delfina y trajo al peluquero francés Sieur Larsenneur para lidiar con su cabello. Tal fue el éxito de su estilo que pronto el resto de mujeres de la corte dejaron sus rizos para peinarse à la Dauphine.

INTRIGAS PALACIEGAS

María Antonieta se casaría con Luis Augusto dos años después del anuncio de su compromiso, en una ceremonia que comenzó en Viena y culminó en París con grandes fastos (solo el séquito real estaba formado por 57 carruajes). Su marido, poco más que un adolescente, era sin embargo una persona mucho más instruida, políglota y con una educación exquisita. Apenas mostró interés por la joven María Antonieta, a quien trataba con indulgencia. Y ella, que tenía un carácter noble y venía de una férrea educación católica, se vio sin recursos, madurez ni picardía para enfrentarse a las intrigas palaciegas de Versalles.

Es más, durante siete años no consumaron su relación, al parecer debido a una posible fimosis del delfín que, una vez revertida, dio cuatro hijos al matrimonio. Mientras tanto María Antonieta mantenía en Versalles una actitud hiératica. Su jornada consistía en asearse y vestirse (siempre frente a un nutrido grupo de cortesanos), asistir a misa y pasear por palacio, que por aquel entonces tenía poco de jardín bucólico como lo conocemos hoy y más de ciénaga maloliente. Lejos de ser caprichosa y excéntrica, era de naturaleza compasiva, dulce y humilde, siempre se dirigía a los demás con un “¿Sería tan amable de…?” y disfrutaba de pequeños placeres como ver nevar, porque le recordaba a los inviernos de su infancia en Viena.

María Antonieta y rey Luis XVI

Acompañaba con frecuencia a Luis Augusto a las cacerías y montaba a caballo en un intento por acercarse a su marido, algo que escandalizaba a su madre María Teresa. Pero se sentía tremendamente sola y desamparada en un palacio gigantesco como Versalles, por lo que no dudó en crear su propio espacio, Le Petit Trianon, que amuebló con fruslerías y ambientó con aceites esenciales para huir de las grandes, vacías y sucias estancias de Versalles.

UN GRAN Y ÚNICO AMOR

A María Antonieta se le ha atribuido una larga lista de amantes cuando lo cierto es que su único y verdadero amor fue el del conde sueco Axel von Ferson. Se conocieron en un baile de máscaras en la Ópera de París cuando ambos contaban 19 años. Él había llegado a Francia como parte de su grand tour por Europa y quedó eclipsado por la futura reina de Francia. Ferson era un seductor, conocido como le beau Ferson por su porte y altura, su cabello largo y ondulado y unos ojos que encerraban una melancolía a la que pocas mujeres podían resistirse. Pero lejos de ser un hombre presumido o pagado de sí mismo, era una persona contenida: un corazón de fuego en un caparazón de hielo, decían de él sus amigos.

De aquel primer encuentro con María Antonieta el conde dejó una entrada en su diario: «La delfina es la princesa más encantadora que he conocido en mi vida». El joven se quedó embelesado por el tono rosado de su piel, sus largas pestañas y el azul oscuro de sus ojos. Y aunque la consideró más bonita que guapa, se quedó prendado de su mirada (que tan pronto era alegre y curiosa como distraída y triste) y de su forma de caminar («no anda, se desliza, parece flotar de un lado a otro de la estancia con la cabeza bien alta, ligeramente ladeada, en una pose despojada de toda arrogancia»).

Por aquel entonces la joven María Antonieta lucía rouge en sus mejillas, símbolo versallesco de distinción y rango, así como peinados hiperbólicos, fruto de la imaginación de su peluquero personal monsieur Léonard, que en un arrebato de imaginación y exceso comenzó a crear peinados imposibles para las mujeres de la corte: fueron ellas y no tanto María Antonieta quienes empezaron a portar pelucas con cascadas, relojes y artefactos en un alarde de surrealismo capilar.

Reina Maria Antonieta

Tras ese primer contacto inocente en París, Ferson volvió a su país y aunque su padre intentó comprometerle con la hija de un banquero inglés, él rehuyó el compromiso y se alistó en distintas campañas militares. Cuando en 1778 regresó a Francia, María Antonieta ya era reina y esperaba su primer hijo. Pese a lo breve de su primer encuentro, se acordaba perfectamente del joven conde («¡Vaya, un viejo amigo!», exclamó al verle).

INTRIGAS Y REVOLUCIÓN

El conde Ferson comenzó a ser un asiduo en palacio, donde no solo tenía audiencias con María Antonieta sino con el nuevo rey Luis XVI, a quien le unía una sincera simpatía y afinidad: ambos eran hombres instruidos, tímidos e imponentes físicamente. No se sabe muy bien el momento en el que el conde se convirtió en amante y leal consejero de la reina, pues vivían su pasión con discreción… y con la aquiescencia del rey, quien adoptó una actitud condescendiente ante la aventura extramarital de su esposa. Pero las intrigas palaciegas obligaron a Ferson a abandonar la corte y este se enroló como aide-de-camp del General Rochambeau en la guerra de Independencia de los colonos americanos contra Gran Bretaña.

El dolor que supuso esta separación fue notable para todos. El embajador sueco llegó a escribir que “durante los últimos días de Ferson en palacio la reina no podía apartar sus ojos de él, anegados en lágrimas…”. Mientras que el propio conde escribiría a su hermana, Sophie Piper: “He decidido no casarme nunca. Sería antinatural… No puede pertenecer a la única persona que realmente quiero, así que prefiero no pertenecer a nadie”.

Esta vez la separación duró cinco años y cuando él no pudo más regresó a una Francia alzada en armas por la revolución que amenazaba la vida de María Antonieta, por entonces recluida junto al resto de su familia en las Tullerías. Ferson visitaba cada día a la reina, mientras utilizaba sus contactos diplomáticos para intentar que otras casas reales intercedieran por ella. Planificó una meticulosa huida de la familia real hasta Montmédy, al este de Francia, donde aún quedaban legiones fieles al rey. Huyeron disfrazados, con Ferson como cochero, pero no llegaron más allá de Varennes, donde un oficial reconoció el rostro del monarca. Antoinette y Luis XV fueron llevados a las Tullerias de nuevo y Ferson huyó a Bruselas, donde la reina le pidió que se quedara un tiempo para no volver a ponerse en peligro.

NUEVA HUIDA

El conde sueco se negó a rendirse y siguió escribiendo misivas a su amada con tinta invisible, sellos secretos, sobres dobles, nombres en clave y pergeñando nuevas escaramuzas para permanecer cerca de María Antonieta. Incluso intentó una segunda huida que terminó con la guardia suiza masacrada y la familia real trasladada a una antigua y decadente fortaleza conocida como El Templo. A pesar de la férrea vigilancia que la rodeaba, María Antonieta consiguió enviar a su amante sueco una carta acompañada de un anillo que él llevaría el resto de su vida.

Reina María Antonieta de Francia

Tras pasar al rey por la guillotina el 21 de enero de 1793, María Antonieta fue trasladada a la prisión de la Conciergerie, donde permanecería nueve meses esperando a correr la misma suerte que su consorte. Cuando en octubre salió de la celda camino del cadalso, apenas quedaba rastro de la Antoinette que había llegado a Francia siendo una niña. Contaba solo 38 años pero su pelo estaba canoso, su ropa raída y su cara demacrada.

Ferson, abatido y agotado, quedó devastado al conocer la suerte de su amada. “He perdido todo lo que tenía en este mundo (…). Ella a quien tanto amaba, por quien hubiera dado mi vida mil veces, ya no está”. Vivió diecisiete años más que María Antonieta y destacó como coleccionista de arte y bon vivant (por las cocinas de sus residencias pasaron los mejores chefs de Europa). Pero correría la misma suerte que la reina a la que tanto amó: cuando la revolución llegó a Suecia, Ferson moriría linchado a manos de una muchedumbre enardecida en las calles de Estocolmo.

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