Hollywood ha conocido pocos matrimonios con tanto talento como el de los actores Paul Newman y Joanne Woodward. Cincuenta años juntos dieron para mucho, eso sí: infidelidades, tragedias y renuncias salpicaron una relación que, lejos de ser perfecta, estuvo llena de claroscuros. Como toda buena historia de amor.
En agosto de 1952, una actriz poco conocida de 22 años llamada Joanne Woodward entró en la oficina de su agente en Nueva York para huir del calor despiadado de Manhattan. Dentro se encontró con un Paul Newman de 27 años, también actor e igualmente desconocido, trajeado, con melena rizada y unos llamativos ojos azules.
“Parecía el anuncio de un vendedor de granizado”, confesaría Woodward años después sobre este primer encuentro. “No me gustó nada”. Y lo cierto es que Newman y la que fue su mujer durante cinco décadas no podían ser más diferentes: a Paul y a Joanne les unía su amor por la interpretación (y con los años, sus tres hijas) pero, más allá de eso, siempre afirmaron que tenían muy poco en común. Newman era reservado e inseguro (eclipsado al inicio de su carrera por Marlon Brando y James Dean). Ella era electrizante, con una gran personalidad, mucho talento y gran autoestima.
Pero la maquinaria de Hollywood, ya se sabe, hizo que él se convirtiera en estrella rutilante además de sex symbol. Newman, que pese a sus inseguridades siempre se consideró un tipo con suerte, era humilde y no dejaba pasar ninguna oportunidad. Despuntó a lo largo de los años no solo como actor sino también como director, guionista, piloto de carreras (llegó a quedar segundo en las 24 horas de Le Mans), activista político (se manifestó públicamente contra la guerra de Vietnam y Nixon le incluyó en su lista de enemigos), empresario de éxito y filántropo. Fue nominado hasta en nueve ocasiones a los Oscar y terminó ganando la estatuilla como Mejor Actor en 1986 por El color del dinero.
Joanne ya se había llevado un Oscar a casa mucho antes, en 1957, por su interpretación en Las tres caras de Eva. Y he aquí la paradoja: él era la estrella pero ella era mejor intérprete. Woodward triunfó en el teatro y en la pequeña pantalla pero nunca le hizo sombra y sus tres hijas y las convenciones sociales se encargaron del resto.
NEWMAN Y WOODWARD SE CONOCEN
La vocación de Joanne como actriz comenzó cuando su madre le puso el nombre de su admirada Joan Crawford tras ponerse de parto en medio de la proyección de Our modern maidens (1929), protagonizada por esta legendaria estrella del cine en blanco y negro. Al margen de esta anécdota, distintas biografías sostienen que Woodward tenía claro que quería ser actriz ya con tres años y que admiraba profundamente a Bette Davis (paradojas de la vida, enemiga acérrima de la Crawford).
Desde su Georgia natal Woodward se mudó a Nueva York, donde trabajó como modelo mientras estudiaba interpretación. Vivía en un apartamento de mala muerte y tomaba café (el dinero no le daba para más) con otros aspirantes llamados Rod Steiger y James Dean.
Y es en este punto donde volvemos al inicio de la historia, con dos desconocidos aspirantes a actor en los estudios neoyorquinos de MCA. Aunque las fuentes aquí discrepan: según unos, a Paul y a Joanne les presentó el agente Maynard Morris; según otros, John Foreman. Unos dicen que él quedó cautivado por Woodward a primera vista; otros, que ni se percató de su presencia. Lo que sí es cierto, corroborado por ella misma en una entrevista años después, fue que no le impresionó nada Newman.
El pobre Paul con 27 años ya llevaba una buena mochila a sus espaldas: veterano de la marina, estaba casado con la también aspirante a actriz Jacqueline Emily Witte (en la imagen), tenía un hijo y esperaban un segundo (llegarían a tener tres); aunque se había graduado en Yale, como actor no conseguía audiciones y tenía que ganarse la vida vendiendo enciclopedias de puerta en puerta (que por supuesto vendía como churros); había perdido a su padre y le presionaban para que dirigiera el negocio familiar -una tienda de material deportivo- que él detestaba…
La pareja se volvió a encontrar un año después en Broadway, en el casting de Picnic. Corría el año 1953. Woodward se acordaba de él pero no a la inversa (“en MCA se conoce a muchas aspirantes a actriz”). Mal comienzo, Paul, mal comienzo. Newman confesó por aquel entonces que tenía todas las amantes que quería y no daba abasto para tener una más, aunque estaba seguro de que atraía a Woodward.
Pese a sus fanfarronadas, Picnic les reencontró y Picnic les unió: durante la representación de la obra, de Ohio a Boston pasando por Broadway, Joanne comenzó a ver a Paul con otros ojos. Ya no era solo una cara bonita sin talento (algunos directores le comparaban despectivamente con un ángel de Botticelli). Entre ensayo y ensayo, Woodward consiguió ver al hombre que se había parapetado tras un muro impenetrable: en el fondo era sensible, modesto y con alma de artista. Simplemente no quería que el resto del mundo lo supiera.
BAILAR PEGADOS…
Su relación empezó a dar así tímidos pasos: almuerzos y cenas antes o después de la función; discusiones sobre la propia obra, libros que habían leído, películas que habían visto; salidas al cine o al teatro. Paul veía a Joanne como una buena amiga, sin atisbos de romance a la vista. Pero la atracción entre ambos era palpable.
Paul consideraba a Joanne moderna e independiente en contraposición a su carácter tímido y conservador, así que le llevó bastante tiempo convencerla de que no era tan aburrido como parecía. Y cuando en una de las funciones de Picnic a Joanne y a Paul les cambiaron los papeles y tuvieron que bailar pegados en escena, se produjo la chispa: casado o no, Joanne iba a quedarse con Paul. Era cuestión de tiempo y Joanne tenía, además de talento y personalidad, mucha disciplina y paciencia.
Comenzó así un romance intermitente aunque de cara a la galería ellos defendían su amistad sin más. Sólo con los años el actor reveló que desataban su pasión a cualquier hora y en cualquier lugar. Es más, llegaron a pillarles pintando desnudos el apartamento de Woodward, Joanne con un gorro de ducha en la cabeza (“para no mancharnos de pintura”).
UN AMOR NI MÁGICO NI PERFECTO
Lo cierto es que su relación no fue arquetípica ni perfecta. Para empezar, su romance comenzó con él casado y estuvo aderezado con celos (Woodward llegó a comprometerse con James Costigan y con Gore Vidal solo para empujar a Newman al divorcio aunque, todo sea dicho, Vidal era gay) y vaivenes emocionales (ella se marchaba a Hollywood mientras él trabajaba en Nueva York; cuando él viajaba a California ella volvía a Manhattan; y vuelta a empezar).
Woodward llegó a decir a sus amigos: “Paul entrará en razón y se divorciará de Jackie para casarse conmigo. Ella no es para él. Yo soy su media naranja, podría hacerle feliz”. Lo consiguió en 1959. Newman se divorció de Jackie y se casó con Joanne en una rápida y modesta ceremonia en Las Vegas.
Comenzaba entonces el cuento de hadas y el largo matrimonio del que nacerían tres hijas –Nell, Lissy y Clea-. Aunque su relación estuvo salpicada de infidelidades por ambas partes y aderezadas por los problemas con el alcohol de Newman y su sentimiento de culpabilidad por haber roto su primer matrimonio con tres hijos de por medio (tragedias y pérdidas de las que da buena cuenta The last movie stars, la docuserie dirigida por Ethan Hawke para HBO Max).
VELOCIDAD Y BALLET
Mientras por un lado Newman profesaba su amor a Woodward dándole el papel protagonista en Rachel, Rachel (1969), su primera película como director, por otro mantenía una aventura con la periodista Nancy Bacon, una arpía de mucho cuidado que no tuvo reparos en airear su idilio públicamente.
Paul y Joanne lograron superar lo que podría haber sido la ruptura de su unión en un viaje los dos solos a Inglaterra, destino de su luna de miel. Su relación superó el bache y el actor abandonó la bebida y se centró en las carreras de coches tras descubrir la adrenalina de pilotar bólidos en la película Winning. Woodward haría lo propio con el ballet, tanto en la práctica como con el mecenazgo de diferentes compañías.
Todo parecía ir bien para la pareja de actores cuando la tragedia golpeó a Newman en 1978: Scott, su primogénito, moría de una sobredosis. La noticia sacudió a todos los miembros de la familia y provocó un cambio en las prioridades de Paul y Joanne. Crearon la Fundación Scott Newman para concienciar a los jóvenes sobre el consumo de estupefacientes aunque no dejaron de lado sus carreras: Woodward ganaría un Emmy por interpretar a una paciente de Alzheimer en la película ¿Te acuerdas del amor? (1985) y Newman se llevaría el Oscar por El color del dinero (1986). Además, Paul volvió a dirigir a Joanne en El zoo de cristal (1987), protagonizaron Esperando a Mr. Bridge (1990) y en 2002 produjeron Our Town en Broadway.
En enero de 2008, tres días después de que Paul Newman cumpliera 83 años, él y Joanne celebraron sus bodas de oro. Él luchaba contra su cáncer de pulmón (además de beber fue fumador compulsivo hasta bien entrados los 80) mientras ella afrontaba los primeros síntomas del Alzheimer. «Me siento privilegiado de seguir al lado de esta mujer», afirmó ante familiares y amigos. «Estar casado con ella es la alegría de mi vida».
Nueve meses después el actor fallecía y ponía final a una historia de amor tan imperfecta como única.
2 comentarios en “Paul Newman y Joanne Woodward, un amor único… e imperfecto”
Me gusta tu narrativa. Tiene buenos matices, es, interesante, delicada y lúdica.
¡Muchas gracias, Elizabeth! Todos nuestros reportajes y artículos están redactados por periodistas así que nos alegra que lo hayas disfrutado.