‘Un castillo en Ipanema’, la novela que os enviamos en nuestra colección Narrativa de julio, nos ha sumergido en una historia maravillosa enmarcada en una ciudad magnética como pocas. María Fluxá, periodista española enamorada de Río de Janeiro tras residir varios años en esta urbe brasileña, nos desvela el microcosmos que es la playa más linda de Río, de Arpoador al Canal.
Ya no queda nada del castillo de Ipanema, salvo el recuerdo confuso. Porque la edificación que da título a la novela de Martha Batalha existió, y no sólo en la ficción. De estilo morisco, lo mandó erigir en 1904 –como en la novela– el cónsul sueco Johan Edward Jansson en un arenal hasta entonces desierto. Inauguraba así el que sería uno de los barrios más míticos de Rio de Janeiro.
El castillo, demolido en la década de 1960, se localizaba en la Avenida Vieira Souto, esquina con Joaquim Nabuco, mirando al mar. No muy lejos de la estatua de Tom Jobim, quien con el poeta Vinicius de Moraes cantaría con toda la bossa a una “garota” a la que veían pasar.
La playa de Ipanema se extiende desde la punta de Arpoador hasta el llamado Canal, a partir de éste comienza el barrio de Leblon. Arpoador es la meca surfera del barrio, desde cuya roca los cariocas siguen el ritual, inaugurado en los 60, de despedir al sol con aplausos. No es para menos, desde aquí la panorámica de la playa de Ipanema, con el morro de los Dos Irmaos al fondo, no defrauda.
A esas horas sólo quedan resquicios de toda las vidas que han pasado por la playa durante el día. A los cariocas les gusta decir que éste es el lugar más democrático de la ciudad. No hay distinciones, no hay clases, todos disfrutan del privilegio de la sal y la arena que les ofrece ininterrumpidamente la diosa Yemanjá.
EL GIMNASIO MÁS LINDO DEL MUNDO
De lo que no cabe duda es de que la playa es un microcosmos que se rige con leyes no siempre escritas. Durante las primeras horas del día, Ipanema es el gimnasio más lindo del mundo. Los surferos se apresuran, descalzos, a su cita con las olas. No faltan los que corren por el carril bici. En la arena aguardan los entrenadores personales y grupos de cross fit organizados. Hay quien hace kickboxing, otros pasean a sus perros. Y, por supuesto, nunca faltan a su cita los jugadores de frescobol, ni los de voley, ni los de beach tennis. Conforme pase el día, la orilla se llenará de jóvenes jugando a altinha –ruedas en las que se pasan un balón– en la orilla.
También llegarán los vendedores. Inconfundibles, los vestidos de naranja (en la imagen) cargan el mate Leao y los biscoitos Globo, alimentación oficial de las playas de Río. Con sus hornillos, pasarán los vendedores de queijo coalho; también los de milho o maíz. Se oirá anunciarse que llegan los picolés (polos), las esfinhas o salados árabes, las hamburguesas y las empanadas argentinas…. Pasarán los vendedores de bikinis, colgando en una sombrilla, los de sombreros y gafas de sol… también los de cangas.
A LA PLAYA, CON PAREO
He aquí a un asunto crucial. A la playa no se lleva toalla, sino canga o pareo. En las barracas se alquilan las sillas y las sombrillas, y también ofrecen cocos y otras bebidas indispensables para hidratarse –léase una cerveja bem gelada–. El traje de baño también delata al forastero. Los hombres lucen sunga y las mujeres, bikinis escuetos (jamás se hace topless), ambos atuendos se rigen por la norma “cuanto menor, mejor”.
No es éste el único código que rige Ipanema. Las playas en Río cuentan con sus puestos de salvavidas, a un kilómetro aproximado de distancia, cada uno con una numeración. Y cada posto tiene su parroquia. Los de Ipanema van del 7 al 10. Así, allí donde estaba el castillo de Ipanema se localiza el puesto 8, donde se reúne la comunidad LGTB.
El 9 gozó de fama de libertario por su intento fallido de topless y su consumo de hierba, mientras que el puesto 10 es la extensión del pijo Country Club, que se localiza enfrente.
Pero no sólo de playa vive Ipanema (aunque casi). Tras la Avenida Vieira Souto se suceden las escenas cotidianas: los viernes hay mercado en la plaza de Nossa Senhora, cuya iglesia está siempre llena. No faltan tiendas –como el flagship store de Havaianas de Isay Weinfeld, la perfumería Granado (en la imagen) o los chocolates de Dengo–, un buen número restaurantes recomendables –el mítico Bar Lagoa de estilo art déco, Bazzar, Maska, Spicy Fish, Pope… –, así como sus tradicionales bares de esquina –Polis Sucos, imprescindible por sus zumos, açais y tapiocas– y botecos, en los que tomar chopes (cañas) y ver la vida pasar.
Como hacían Tom y Vinicius, acodados en el entonces llamado Bar Veloso –hoy, Garota de Ipanema–, viendo pasar a “la niña de cuerpo dorado por el sol de Ipanema” camino del mar.